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OJOS DE FIERA


OJOS DE FIERA

Por Roger Vilar

Era una dama de rizos negros. Solía usar vestidos y velos blancos y pasear por La Alameda los jueves en la noche. A veces llovía cuando su alba presencia surgía entre los árboles. Ella sacaba un paraguas negro y caminaba bajo el aguacero. La gente intentaba verle el rostro a través del velo. Unos decían que era una mujer joven y bella; otros, que era una señora de edad avanzada. A esa hora algunos jóvenes se prostituían. Muchos se acercaron para ofrecerle sus servicios. Recibían una mirada glacial, y a los pocos días enfermaban de una tos que los iba consumiendo hasta matarlos. Se dieron cuenta de esto y lo denunciaron a la policía. Los agentes Jaime y Lucas esperaron que fuera jueves. Justo a las diez de la noche apareció la dama junto a una fuente adornada con la escultura en bronce del dios Poseidón. Los policías se acercaron. Iban a interrogarla, pero ella los miró a través del velo fijamente. Los policías no podían ver los ojos, pero intuyeron, se grabaron en sus cerebros, unas pupilas amarillas. Pensaron en un felino hambriento. Retrocedieron. Ella siguió su paseo. Pero Lucas se dijo que la autoridad no podía ser burlada de esa manera. Siguió a la dama. Ella se fue por el Eje Lázaro Cárdenas rumbo al sur. Al cabo de tres cuadras entró en una vieja casa en ruinas. En el virreinato había sido una mansión. Ahora sólo la poblaban las telarañas y las ratas. Lucas entró. Y nunca salió con vida. En la mañana apareció su cadáver en la acera. Le faltaban grandes pedazos de carne. Parecía como si un gigantesco depredador lo hubiera devastado. La policía revisó palmo a palmo la mansión. No encontraron más que polvo y alimañas.


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