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EL DON DE LA DIOSA


EL DON DE LA DIOSA

Por Roger Vilar

Homero recibió de la diosa de la noche, Radena, el poder de la metamorfosis. Sólo tenía una prohibición: jamás retornaría al ser anterior. Los primeros días no se atrevió a hacer uso del don. Pero la tentación fue más fuerte. Quiso ser un león, y al momento tenía largos colmillos y poderosas garras. No le gustó la sabana, decidió ser un águila. Poderoso, Homero surcó los cielos. Cazó conejos y rasgó su carne tibia. Nada como contemplar desde las alturas las montañas y los valles. Llegó el invierno. El aire frío congelaba a Homero. Ansió un lugar donde pasar la noche. Se convirtió en caballo de carreras. Al momento estuvo en un cálido pesebre. Al día siguiente una mujer bellísima, Helena, lo ensilló y cabalgó en él. Homero podía respirar su perfume. En la noche, en el establo, no olvidaba los ojos grises de la muchacha. Durante varias semanas ella lo montó. Homero la amaba, pero no podía expresárselo. Se veía que ella le había tomado cariño, le acariciaba el hocico, pero nada más. Era lo máximo a lo que podía aspirar un caballo. Homero sufría. Le pidió a la diosa de la noche volver a ser hombre. Radena se lo concedió, pero con una condición: como hombre moriría al cabo de 24 horas. Homero tuvo miedo a la muerte. Siguió siendo un caballo. Cierto día vio que Helena besaba a un hombre. Loco de celos usó el don de la diosa. Volvió a ser un hombre. Sus ropas eran harapientas. Se acercó a Helena y llorando le confesó su amor. Ella creyó que era un ladrón que se había metido a los establos. Llamó a la policía. Homero murió al día siguiente en un calabozo del ayuntamiento.


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