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EL ARMA


EL ARMA

Por Roger Vilar

Diego, el asceta, encontró un puñal en su celda. Pensó en tirarlo al bosque que rodeaba la ermita. Pero no lo hizo. El destino que había llegado para él no podía ser desviado a las manos de un extraño. Durante años contempló la brillante hoja de acero. El invierno en que Diego cumplió 60 años llegó a visitarlo un hombre que dijo ser un eremita de la montaña más próxima. Recibió alojamiento y hospitalidad. Hacía mucho frío. La nieve cubría los árboles. En la noche el forastero se levantó y empezó a estrangular a Diego. Era un ladrón que exigía los tesoros de la ermita. El monje entregó el puñal. El forastero huyó con la hoja. Fue sorprendido por los guardabosques, quienes al revisarlo encontraron la preciosa arma. El ladrón intentó escapar y fue muerto a flechazos. Los guardabosques supusieron que la víctima de robo era Diego. Llevaron el cadáver y el puñal a la ermita. Diego vio el cuerpo. Supuso que el puñal estaba maldito. Quiso que los guardabosques se lo llevaran. Ellos se negaron y se fueron. Diego recogió el puñal y lo guardó tembloroso. No quería causar una nueva muerte. Al cabo de dos años llegó, en medio de una tormenta de nieve, un peregrino a pedir refugio. Diego, recordando el episodio del ladrón, se negó a recibirlo. El hombre murió de frío. Diego, sabiendo que nunca escaparía de la maldición del puñal, se abrió las venas con él y lo arrojó al bosque. Sergio, el nuevo asceta que ocupó el santuario encontró el arma en uno de sus paseos y la llevó a la ermita, temiendo que alguien la encontrara y tuviera un aciago final. Dos años después un ladrón disfrazado de monje llamó a su puerta. Sergio le dio alojamiento.

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